El 23 de septiembre de 1939, por compasión, siguiendo la voluntad del paciente, se le praticó la eutanasia a Sigmund Freud.
Un año antes, Freud había llegado muy enfermo a Londres, huyendo de los nazis. Los libros del médico judío fueron quemados en Viena y cuatro de sus hermanas murieron en campos de concentración.
A Freud se le diagnosticó cáncer de paladar en 1923, y fue sometido a numerosas operaciones, pero nunca dejó de fumar. El médico vienés fue incapaz de curarse a sí mismo de la adicción a los puros. Este detalle de su biografía nos muestra hasta qué punto ni siquiera el creador del psicoanálisis era del todo dueño de sus actos.
La división de opiniones en torno a la obra de Freud ha existido siempre, desde que en 1899 publicó La Interpretación de los sueños. Cuesta juzgarlo en su justa medida, sin adoración o inquina. No seré la excepción.
El legado de Freud
Es sabido que Freud creó una teoría sobre la estructura y funcionamiento de la psique humana, por una parte, y, una técnica terapéutica, por la otra.
Los conceptos de Inconsciente, Preconciente y Consciente (Freud no utilizó el término «subconsciente»); y los de Ello (lo instintivo), Yo y Superyó (reglas morales impuestas por la familia y la cultura), constituyen una hipótesis explicativa de la estructura y funcionamiento de la psique humana que puede resultar eficaz como metáfora, pero no por ello tiene rango de verdad científica, como creía Freud.
Gracias al psicoanálisis sabemos que en nuestra mente existe un territorio desconocido -el inconsciente- responsable de buena parte de nuestras conductas, pensamientos y emociones.
En la casa que es nuestra psique, en el sótano, hay una habitación con la puerta cerrada de la que no tenemos la llave. A veces se escapan sueños, lapsus o actos fallidos, pero el resto permanece oculto.
No somos totalmente dueños de nuestros procesos mentales ni de nuestra conducta. Tanto nos pertenece la mente a nosotros, como nosotros le pertenecemos a ella. Muchas veces actuamos sin saber por qué, como autómatas sin dueño, guiados por fuerzas biológicas, como la satisfacción del placer o la agresividad destructiva.
Pero hablar de lo inconsciente no fue una idea original de Freud, estaba en el ambiente intelectual de la época; Shopenhauer y Nietzsche también lo hicieron, pero nadie lo sistematizó como el neurólogo vienés.
El inconsciente genómico
La neurociencia se inclina a favor de la idea freudiana de que no todo el procesamiento mental ocurre a nivel de la consciencia.
El neurocientífico Antonio Damasio, “entre la admiración y la irritación” que le produce la lectura de Freud, afirma:
“Los sueños aportan pruebas directas de procesos mentales no asistidos por la consciencia”.
Pero el inconsciente freudiano, formado a partir de la represión de contenidos no tolerados por la consciencia, como el deseo sexual en el niño o la niña por el progenitor de sexo contrario, es muy diferente al inconsciente admitido por la psicología cognitiva y los estudios cerebrales, que aceptan el procesamiento no consciente de cierta cantidad de información.
Desde la neurociencia se ha propuesto la existencia de un inconsciente genómico, una especie de fuerza oculta, de origen biológico, formado por una serie de disposiciones cerebrales que definen el repertorio del comportamiento humano (Damasio, 2010)
El psicoanálisis: más arte que ciencia
Como es sabido, en la técnica terapeutica creada por Freud, la asociación libre, el paciente es invitado por el analista a expresar sin censura cualquier pensamiento o contenido mental que surja en su mente. La caricatura quiere que el analista, sentado detrás del diván, sin empatía, con una neutralidad inhumana, no dispuesto a satisfacer deseos del paciente, solo intervenga para hacer interpretación. La cura consiste en hacer consciente lo inconsciente.
Lo inconsciente, entonces, solo se puede conocer haciéndolo consciente, pero al hacerlo consciente deja de ser aquello que queríamos conocer (paradoja similar a la de las particulas elementales en la física cuántica).
Nada nos prueba que el discurso consciente que elaboramos sobre el insconciente no sea más que un relato posible entre muchos. En este sentido, el psicoanálisis parece más un arte que una ciencia: nada obliga a dos psicoanalistas, frente a un material similar, a hacer la misma interpretación.
Freud introdujo dos conceptos sin los cuales no se entendería la psicoterapia tal y como la conocemos hoy: la transferencia o repetición inconsciente que hace el paciente, en su relación con el analista, de los patrones conflictivos de comportamiento o formas problemáticas de relacionarse, y la contratransferencia, proceso similar, pero en sentido contrario, pues pone el foco en los patrones que se activan en el terapeuta en relación con el paciente.
Ambos conceptos son aportaciones de Freud que mantienen plena vigencia.
Pero no todo fueron aciertos. Karen Horney, pionera del feminismo en psicoanálisis, insatisfecha con los resultados terapéuticos de la técnica de Freud, publicó en 1939 su obra El nuevo psicoanálisis con la que emprende una reevaluación crítica de las principales teorías freudianas, poniendo el énfasis no en la líbido narcisista insatisfecha, sino en los factores culturales. Para Horney, la génesis de los trastornos hay que buscarla primero en las condiciones ambientales adversas, que frustan las necesidades emocionales de los niños y niñas, y menos en causas biológicas y experiencias sexuales infantiles.
Además, Horney cuestiona al analista neutral y distante que proponía Freud, y defiende la psicoterapia como una “empresa cooperativa” en la que el analista se interesa por la autorrealización del paciente en el aquí y ahora, y no en el pasado remoto.
Partir de Freud para dejar a Freud
El análisis de Freud se centraba en la mente del paciente, sin detenerse a considerar el ambiente con el que éste interacciona. En cambio, importantes psicoanalistas como la propia Horney, Fairbairn o Winnicott pusieron el acento en el entorno familiar y social del niño y en las relaciones interpersonales.
La insistencia freudiana en la sexualidad infantil hizo que sus seguidores emprendieran lo que el maestro no hizo: el estudio clínico del desarrollo evolutivo humano en las primeras etapas de la vida, investigaciones que derribaron buena parte de la teoría original de Freud.
Psicoanalistas como Fairbairn (en la líbido, lo importante no es la descarga sino el otro); Mahler (la diada madre-bebé como posición simbiótica); Winnicott (la madre suficientemente buena) o Bolwby (teoría del apego) han hecho contribuciones inestimables a la psicología evolutiva, partiendo de Freud, pero dejándolo atrás.
La crítica como traición
A día de hoy solo el psicoanálisis más ortodoxo defiende que la génesis de los trastornos del adulto haya que buscarla en traumas sexuales infantiles. El abanico de opciones causales está abierto, y ni siquiera se termina en la infancia, como creía Freud.
El énfasis en la sexualidad infantil traumática ha sido, desde sus orígenes, uno de los principales problemas de la teoría de Freud, que acarreó divisiones en el movimiento psicoanalítico desde su fundación.
El neurólogo vienés sostuvo amargas disputas con varios de sus colaboradores, pues tenía la costumbre de llevar al terreno personal las discusiones teóricas: sentía la crítica como una traición.
“Un rasgo de su carácter me preocupaba en especial: la amargura de Freud”, escribió Jung.
A Jung, por cierto, nunca le convenció la teoría sexual de Freud.
Freud y Kafka
Freud cambió para siempre el concepto de naturaleza humana: a partir de su obra Occidente ha tenido que reconocer que no todos los procesos mentales son conscientes, sino que existen aspectos de la psique humana que permanecen ocultos para el supuesto dueño de la mente.
Si Freud naciera de nuevo, con las actuales fronteras, sería checo, al igual que Kafka. El médico y el escritor comparten, además del origen judío y la lengua alemana, una visión semejante del ser humano:
“Vuestra simiedad, estimados señores (…) le cosquillea los talones a todo aquel que pisa sobre la tierra, tanto al pequeño chimpancé como al gran Aquiles”, escribió Kafka.
De hecho, gran parte de la narrativa kafkiana es una metáfora del psicoanálisis: en sus libros, como en la vida, a los personajes (a nosotros) les suceden cosas, pero nadie sabe con exactitud por qué.
3 respuestas a «80 años sin Freud»
le transfiero, de manera muy consciente, mi agradecimiento por este texto suyo.
De manera consciente, también, lo recibo y le doy las gracias por dedicar unos minutos a leer algo escrito por mí.
Me esfuerzo por escribir corto, pero fracaso.
Como ahora.
Impecable artículo! Gracias.