Para el pesimista, el optimismo es un signo de debilidad de la mente que se aferra a una ilusión para no enfrentarse con la dura realidad. Sin embargo, desde la psicología positiva el optimismo se considera una de las fortalezas más importantes del carácter y una virtud a ser cultivada.
Cuando hablamos de optimismo o pesimismo en lenguaje coloquial, nos referimos a las expectativas que tenemos sobre el futuro. Si la expectativa es positiva o favorable, hablamos de optimismo. Si la expectativa es desfavorable o negativa, hablamos de pesimismo.
Para el optimista, lo mejor está por venir.
Para el pesimista, lo peor está por llegar.
La lotería de Navidad en España puede ser un buen ejemplo. Optimistas y pesimistas tienen la misma probabilidad de ganar (0,001% de sacar el premio gordo si se compra un décimo), pero los optimistas lo pasan mejor durante el proceso, porque creen, sinceramente, que a ellos les tocará, y salen de comprar el billete con una sonrisa en el rostro.
Los pesimistas (que se llaman a sí mismos «realistas»), en cambio, no suelen jugar a la lotería, y si juegan no disfrutan tanto como los optimistas de la “tontería” de gastar veinte euros en nada.
Más allá de los juegos de azar, si esperas que todo saldrá mal aumentas la posibilidad de que todo salga mal. Si esperas conseguir algo es más probable que lo consigas.
“Puedo porque creo que puedo”, es el lema de Carolina Marín, una de las deportistas españolas más exitosas de todos los tiempos. Claro, que Carolina Marín no conseguiría todos los éxitos deportivos que la acompañan si además de creer que puede no trabajara duro y se entrenara de manera óptima.
Optimismo y estado de ánimo
Como podemos inferir, las expectativas están asociadas a estados de ánimo: el optimismo, a un estado de ánimo positivo, y el pesimismo, a un estado de ánimo negativo. Es más probable que un pesimista esté de mal humor, ansioso o abatido (por lo que se le avecina) a que lo esté un optimista.
Si tengo la esperanza de que puedo alcanzar mi propósito, y eso se traduce en un estado de ánimo positivo, es lógico pensar que la motivación será alta para luchar por lo que quiero. Del mismo modo, si no tengo esperanza, ¿para qué esforzarme si nada he de conseguir?
Se sabe que el optimismo tiene el potencial de alargar la vida varios años, no porque ser optimista, en sí mismo, sea bueno para la salud, sino porque los optimistas son más propensos a tener conductas orientadas a la salud (ejercicio físico, buena alimentación o adhesión a tratamientos médicos). A lo que el pesimista responde:
-Igual, todos vamos a morir. Ahí está Michael Robinson (campeón de Europa con el Liverpool, reconvertido en España en periodista deportivo). Asumió el cáncer con gran optimismo, emprendió un tratamiento experimental que no funcionó y murió como todos.
-Cierto -responde el optimista- Michael Robinson, a pesar de su optimismo, también murió. Pero ese optimismo le ayudó a llevar con buen ánimo la enfermedad, a disfrutar de la vida a pesar de estar llegando al fin, a conservar el sentido del humor hasta el último momento y a vivir plenamente hasta que le fue posible.
«La vida inflige los mismos reveses y tragedias al optimista que al pesimista, pero el optimista los aguanta mejor», sostiene Martin Seligman (2006), uno de los fundadores de la Psicología Positiva.
Optimismo y estilos explicativos
De acuerdo con Seligman, y su modelo reformulado de indefensión aprendida (Abramson, Seligman y Teasdale, 1978), las personas tenemos diferentes estilos explicativos para dar cuenta de los sucesos de la vida. Así, existen tres dimensiones para explicar los eventos:
- Interna o externa
- Estable o inestable
- Global o específica
De acuerdo con esta propuesta, las personas que tienen un estilo explicativo optimista tienden a ver los fracasos como sucesos producidos por causas externas, inestables en el tiempo y específicas para la situación en particular. En cambio, los éxitos son vistos como el resultado de causas internas, estables y globales.
El estilo explicativo de los pesimistas suele adoptar la forma contraria: los fracasos son debidos a causas internas, estables y globales; y los éxitos, a causas externas, inestables y específicas.
Así, frente a un despido laboral, por ejemplo, el optimista lo atribuirá a una injusticia por parte de la dirección de la empresa, pensará que pronto conseguirá un nuevo empleo y tiene claro que esta situación no afectará al resto de parcelas de su vida.
Un pesimista, por el contrario, creerá que nadie más que él es el culpable del despido, pensará que con ese antecedente le será muy difícil encontrar otro trabajo y que el desempleo terminará por arruinar su relación de pareja.
No es de extrañar que semejantes estilos explicativos, por una parte, sean una especie de coraza que proteje a los optimistas de las turbulencias de la vida (la llamada resiliencia), y, por otra parte, dejen a los pesimistas bastante expuestos a diversos problemas de salud mental.
Optimismo y salud
De hecho, un cúmulo de investigaciones científicas encuentran que los optimistas presentan mejores síntomas psicológicos y físicos que los pesimistas. Como afirma el psiquiatra Luis Rojas Marcos, ex máximo responsable de los servicios de salud mental de la ciudad de Nueva York:
«Cada día más pruebas confirman los beneficios directos e indirectos de las emociones positivas sobre la salud. Una actitud esperanzada estimula los dispositivos curativos naturales del cuerpo y anima psicológicamente a la persona a adoptar hábitos de vida saludables».
Así, diversos estudios señalan que los optimistas, en comparación con los pesimistas, presentan:
- Mejor bienestar subjetivo
- Menos sintomatología depresiva y ansiosa
- Mejores resultados académicos
- Menos visitas a los médicos
- Mayor tasa de supervivencia después de un infarto
- Mejores resultados deportivos
- Niveles más altos de compromiso y más bajos de evasión o desvinculación
- Más satisfacción en la vida de pareja
- Mayor longevidad
Y una última cosa que los electores debemos tomar muy en cuenta: los políticos optimistas tienen más opciones de ganar elecciones (Zullow and Seligman, 1990).
No todo optimismo es bueno ni todo pesimismo, malo
Hay un tipo de optimismo ingenuo, guiado por el pensamiento irrealista de que “nada malo puede pasarme a mí”, asociado a conductas de riesgo.
Un optimismo irrealista puede conducir a ignorar información relevante (aquella que contradice nuestro optimismo), así como a generar una confianza excesiva en nuestra posibilidades de éxito, lo que puede conducirnos a descuidar la preparación y, por tanto, a no alcanzar los objetivos.
El optimista ingenuo puede tener problemas para retirarse de una situación desfavorable o de abandonar un objetivo inalcanzable. Como cree que al final las cosas se arreglarán, sigue intentándolo sin atender a la información en contra.
Incluso, en su forma más extrema, el optimismo no anclado a la realidad es una de las características que describen la manía asociada al trastorno bipolar.
Aunque el pesimismo extremo lo encontramos en el núcleo de la triada cognitiva de la depresión que propuso el psiquiatra Aaron Beck (visión negativa del yo, del mundo y del futuro), existe un tipo de pesimismo que puede resultar beneficioso.
Se trata del llamado pesimismo defensivo, término acuñado en los años ochenta por las psicólogas estadounidenses Nancy Cantor y Julie Norem (1986). Estas investigadoras descubrieron que personas con altos niveles de ansiedad suelen utilizar, ante objetivos importantes, la estrategia de establecer bajas expectativas, planteándose el peor escenario posible, y revisando todos los posibles resultados adversos.
Valiéndose del “pesimismo defensivo”, estas personas preparan minuciosamente la acción y consiguen alcanzar los objetivos planteados. Sin embargo, los pesimistas defensivos reportan menos satisfacción que los optimistas ante los logros alcanzados y su estado de ánimo negativo se mantiene a pesar de alcanzar los objetivos.
Los pesimistas defensivos también triunfan, pero disfrutan poco de sus éxitos debido a la ansiedad.
Mindfulness: más allá del optimismo y del pesimismo
Desde la perspectiva de mindfulness, un vaso de agua por la mitad no está medio lleno ni medio vacío (en ambos casos, estaríamos emitiendo un juicio basado en nuestros sesgos). La atención plena, al llevar la consciencia al vaso que tenemos delante, simplemente nos permite disfrutar del agua y calmar la sed.
Al tratarase de una filosofía centrada de manera radical en el momento presente, mindfulness parece colocarse más allá del optimismo y del pesimismo: esperar lo bueno o lo malo equivale a arrancar nuestra atención del aquí y ahora.
Pero si profundizamos un poco más en sus orígenes budistas, podremos apreciar que la práctica de mindfulness es consustancialmente optimisma.
Mindfulness es uno de los elementos que forman el Noble Octuple Sendero propuesto por Buda para superar el sufrimiento. Y aquí está la clave del optimismo subyacente a la práctica de mindfulness: para Buda, no solo la vida contiene sufrimiento (primera noble verdad), y este sufrimiento tiene unas causas (segunda noble verdad), sino que, de acuerdo con la tercera noble verdad, es posible superar el sufrimiento.
Y esta actitud es en esencia el rasgo característico del optimismo: no es la creencia ingenua de que todo saldrá bien, sino una profunda convicción interna de que más allá del resultado, seremos capaces de seguir adelante.
El futuro no tiene por qué ser color negro, como cree el pesimista, ni tiene por qué ser color rosa, como cree el optimista no realista.
El futuro no tiene color (como las cosas que no existen), y el color que tenga dependerá, en buena parte, de las acciones que emprendamos el día de hoy.
¿Qué puedes hacer hoy, con buen ánimo, para construir el futuro que deseas?
Lecturas recomendas
Aprende a ser más optimista con la psicología positiva
La fuerza del optimismo, de Luis Rojas Marcos
Optimism and Pessimism: Implications for Theory, Research and Practice
3 respuestas a «En defensa del optimismo»
Muy bueno Max! Me gusta mucho este tema
Excelente, me encantó. Soy una optimista realista y cda vez estoy aplicando más Mindfullness. Gracias por tu valioso aporte!
Excelente artículo, tan necesario en estos tiempos de nubarrones , en los que provoca decir como Winston Churchill: Soy optimista. No parece de mucha utilidad ser cualquier otra cosa. Gracias, Máximo.