La invitación al perfeccionismo, de forma a veces imperceptible, pero despiadada, está por todas partes:
- ¿Cómo escribir la entrada de blog perfecta?
- ¿Cómo hacer la entrevista de trabajo perfecta?
- ¿Cómo tener las vacaciones perfectas?
- ¿Cómo preparar la tarta de manzana perfecta?
- ¿Cómo organizar la fiesta perfecta?
- ¿Cómo vivir una noche de boda perfecta?
Sin embargo, la realidad es tozuda y no se cansa de repetir, para quienes deseen escuchar, el mismo mensaje: todo lo que existe, por existir, es imperfecto.
La palabra perfección viene del latín perfectio y significa: “aquello que está acabado, finalizado”. Lo que no se termina, pues, no puede llamarse perfecto.
Sin embargo, en las personas perfeccionistas se da la paradoja, al no estar nunca satisfechas con lo que hacen, de que no acaban nunca, impidiendo así que la perfección se manifieste (lo que, de todos modos, nunca ocurrirá: desde el principio de los tiempos lo humano está asociado a la caída…).
Perfeccionismo y personalidad obsesiva: todo en orden y bajo control
En psiquiatría, el perfeccionismo es un rasgo típico de la personalidad obsesiva o, en la clasificación psicoanalítica, rígida.
El perfeccionismo es uno de los criterios que definen el Trastorno de la personalidad obsesivo-compulsiva. Las otras características relevantes de este trastorno, que afecta a entre un 2,1 a un 7,9 % de la población (DSM-5), son la preocupación por el orden y la necesidad de control, a expensas de la flexibilidad y la eficiencia.
Para el perfeccionista patológico siempre es preferible aplazar que arriesgarse a cometer errores: sienten un temor profundo a fracasar. Son tan detallistas que nunca acaban y la necesidad de control les dificulta delegar tareas. El perfeccionista vive la espontaneidad como una amenaza.
Creencias irracionales de los perfeccionistas
Al perfeccionista suelen acompañarle tres creencias irracionales:
- Está mal cometer errores.
- Las cosas se hacen a la perfección o no sirven.
- Todo o nada.
El perfeccionista se autoimpone altos estándares de rendimiento, pero, al padecer de un exceso de autocrítica, y tener, con frecuencia, una baja autoestima o una imagen negativa de sí mismo, se atasca, pues siente un miedo terrible a la crítica, la desaprobación o el rechazo. Su valía personal depende de que sus acciones sean perfectas.
La clínica psicoanalítica propone la existencia, en los rígidos-obsesivos, de unos padres muy exigentes y poco afectivos. Como mecanismo de defensa, tratan de disminuir la ansiedad que les provoca el fracaso, escudándose en una perfección inalcanzable.
Se podría decir que el obsesivo perfeccionista dedica su vida a demostrar a la madre y al padre, aunque estos hayan muerto, que la persona (el niño o la niña que fueron) sí valía la pena y merecía más atención, más amor.
Los narcisistas también se ven sometidos a la exigencia del perfeccionismo, pero, en vez de angustiarse, como el obsesivo, por no conseguirlo, creen a menudo que han hecho algo perfecto y que ellos mismos lo son.
¿Cómo sé si mi tendencia al perfeccionismo es patológica?
El perfeccionismo es inadaptativo cuando, generando una gran angustia, se vuelve contra la persona, impidiéndole alcanzar aquello que pretendía.
Tienes problemas con el perfeccionismo si:
- Te paraliza, volviéndote improductivo e impidiéndote avanzar; si en vez de ayudar, te sabotea, si funciona como un palo en tu carreta.
- Tu inflexibilidad se extiende a situaciones y contextos diferentes, causándote malestar a ti y a los tuyos.
- Te autoexiges tanto que sientes de forma permanente que nunca es suficiente, que siempre pudiste haberlo hecho mejor.
Desde una perspectiva dimensional (es decir, que entiende los trastornos mentales no como algo que se tiene o no, sino como una cuestión de grados, mezclados con la normalidad) el criterio de lo sano es lo adaptativo. Es decir, un perfeccionismo adaptativo, que conduzca al cumplimiento de las metas, puede ser saludable.
De hecho, en determinadas profesiones el perfeccionismo puede ser lo más adaptativo. Una médico cirujano, un controlador aéreo, que tiendan a la perfección y sean en extremo cuidadosos, son, por lo demás, deseables.
Elogio del error y lo imperfecto
Fracasar, equivocarse, no solo es normal: es necesario para el aprendizaje.
En Oriente se narra la historia del arquero que, tras noventa y nueve disparos, finalmente logra acertar en la diana. Este arquero, enseñan maestros budistas como Shunryu Suzuki, cometería un error si cree que el disparo número cien fue el perfecto y que los otros noventa y nueve intentos fallidos fueron un fracaso. ¡Los noventa y nueve disparos son necesarios para alcanzar la diana!
Con el tiempo se aprende a dar la bienvenida a los errores: sin ellos no hay aprendizaje posible. Lo que habitualmente llamamos “error”, “equivocación”, los científicos lo conocen como “data”, información.
Muchas obras literarias, por ejemplo, consideradas perfectas por lectores y críticos, fueron rechazadas, sin embargo, por sus autores.
Kafka, antes de morir, pidió a su amigo Max Brod que quemara su obra, la cual, siendo inacabada, parece perfecta…
Elogiar lo imperfecto es elogiar la vida.
“El no ser perfecta, me hiere”,
escribió Sylvia Plath, que acabó suicidándose.
Otro poeta, Nicanor Parra, acertó en la diana:
«La perfección es un tonel sin fondo».
¿Asumir la imperfección es aceptar la mediocridad?
¿Quieres ser infeliz? Obsesiónate con lo perfecto. ¿Quieres ser feliz? Acepta que la perfección no es humana.
¿Eso significa conformarse con lo mediocre? No. Significa reconocer que lo humano es aspirar a la excelencia, a lo refinado, a lo óptimo, a lo suficientemente bueno, para utilizar el término que acuñó el psicoanalista Donald Winnicott con respecto a las madres, y que podríamos aplicar a todo lo que hacemos.
¿Por qué tener miedo a equivocarse si el error es un gran maestro, que nos señala lo que está mal, dándonos la oportunidad para repararlo?
“El reconocimiento de la sombra conduce a la modestia que necesitamos para reconocer la imperfección”,
afirmó Jung.
Pues, todo lo que existe, por existir, es imperfecto.